TEMORES Y ESPERANZAS: Una relectura de los eventos fundacionales
I-CONTEXTO Y PROBLEMATICA
Esta reflexión, pretende ser fruto de una meditación espiritual de una monja desde su claustro sobre la Escritura, la Tradición y el Magisterio. Por lo tanto se enmarca por un lado en la conmemoración de los 925 años de la fundación de los Cistercienses por Roberto de Molesmes (1) y, por otro lado, en el contexto de la víspera del 902 aniversario de su aprobación oficial por el Papa Calixto II a través de la Carta Caritatis (2) publicada el 23 de diciembre de 1119. Así, esta reflexión tiene, digamos, como columna vertebral cuestiones sobre el futuro del ”Junco” frente a lo “moderno”. De hecho, por “Junco” nos referimos a la familia religiosa cisterciense; mientras que el término “moderno” se refiere al hombre de hoy. Dicho esto, y convencida de que la Iglesia hace suyas las alegrías y esperanzas, los dolores, ansiedades y aspiraciones de los hombres de su tiempo (4), la problemática fundamental de este análisis consistiría entonces en preguntarse deliberadamente cuál es la relevancia de la vida monástica cisterciense frente al hombre del siglo XXI que afronta nuevos retos, en este momento en que celebramos el aniversario de su reconocimiento papal y que, por lo tanto, marca su nacimiento legal. En otras palabras, ¿podemos afirmar que la existencia y presencia de monjes y monjas sigue siendo una fuente de cuestionamiento de la conciencia humana en un mundo que sufre profundos cambios? Más aún, recordando los dos hechos históricos que han surgido, ¿no se sentiría uno tentado a llenarse de miedo y cuestionarse sobre el futuro mismo de esta familia religiosa si es cierto que los mencionados cambios constituirían uno de las principales causas de la desertificación vocacional actual? Claramente, ¿sería posible decir que el “junco” todavía tiene el derecho de ciudadanía y también una palabra de esperanza para el hombre de hoy dentro de un mundo en plena fractura? Para dar una respuesta a estas preguntas y preocupaciones, obedeceremos a la siguiente trilogía: por un lado, un intento de explicar el hecho religioso, con una mirada transversal de la sociedad contemporánea y también una relectura de los hechos fundacionales; y por otro lado, una reflexión basada en la Biblia ( el Antiguo y Nuevo Testamento ) y también la historia cisterciense.
II-EL HECHO RELIGIOSO
Si, por un lado, los pensadores de todas las civilizaciones coinciden en reconocer el hecho religioso como una realidad coextensiva con la existencia humana, justificando así el carácter ontológicamente religioso(5) del ser humano tal como lo atestiguan las religiones tradicionalista, politeísta y monoteísta, entre otras. No obstante, sigue siendo acertado señalar, por otro lado, que la experiencia cotidiana de nuestro mundo contemporáneo, sin embargo, parece revelarnos el otro rostro horrible y espantoso de esta verdad transhistórica y transversal. En efecto, si para Willaime, especialista en ciencias religiosas, la expresión hecho religioso pretende captar los fenómenos religiosos como hecho histórico por una parte o como hecho social por otra; parece que se trata de un término cuya densidad y finalidad expresa un conjunto de creencias y cuyas manifestaciones siguen siendo múltiples: espirituales, artísticas, psicológicas, etc.. Esto confirma su transhistoricidad y su transversalidad porque se inscribe en el tiempo y en el espacio.
Sin embargo y más allá de esta observación fundamental que arroja luz sobre la realidad de la naturaleza profunda del ser humano, las leyes y los comportamientos del hombre de hoy lejos de traer una negación punzante, constituyen, al menos golpes fatales. Esto es enfatizado ampliamente por el Concilio Vaticano II cuando señala que:
“Las nuevas condiciones (…) están afectando la vida religiosa misma. Por un lado, el desarrollo de la mente crítica la purifica de una concepción mágica del mundo y de las supervivencias supersticiosas, y exige una adhesión cada vez más personal y activa a la fe, muchos son así los que alcanzan un sentido más vivo de Dios. Por otro lado, multitudes cada vez más densas se están alejando en la práctica de la religión. Rechazar a Dios o a la religión, no preocuparse por ello, ya no es, como en otras épocas, un hecho excepcional, muchas personas, hoy en día presentan fácilmente este comportamiento como una exigencia del progreso científico o algún nuevo humanismo. En muchas regiones, esta negación o indiferencia no se expresa solo a nivel filosófico; afectan también, y en gran medida, a la literatura, el arte, la interpretación de las ciencias humanas y la historia, la legislación misma: de ahí la confusión de muchos ” (6).
III-PANORAMA RELIGIOSO CONTEMPORÁNEO
De lo anterior, queda claro que existe un profundo malestar en la civilización actual. Así, lejos de pretender hacer una presentación y un análisis sistemático de todos los aspectos que tocan a esta cuestión, es decir: políticos, económicos, psicosociológicos, culturales y religiosos; nos limitaremos a destacar los aspectos religiosos.
De hecho, más allá de la expansión y el progreso del cristianismo en muchos lugares del mundo, cabe señalar que las áreas están disminuyendo cada vez más y causan preocupación(7). Y esto, por el envejecimiento de la población, los prejuicios sobre la religión y los religiosos, el secularismo excesivo, la indiferencia religiosa ambiental, la pérdida axiológica, la pseudoconcepción de la propia noción de libertad (8), del cientificismo, del rechazo absoluto de todo discurso metafísico y del ateísmo pronunciado. Esto es, al menos, lo que en términos de preocupación real ya pregonó sabiamente el Concilio Vaticano II en estos términos:
“Designamos bajo el nombre de ateísmo fenómenos muy diversos entre sí. De hecho, mientras algunos ateos niegan a Dios expresamente, otros piensan que el hombre no puede decir absolutamente nada sobre El. Otros tratan el problema de Dios de tal manera que parece sin sentido. Muchos sobrepasan indebidamente los límites de las ciencias positivas, o afirman que la razón científica por sí sola explica todo o, por el contrario, no reconocen absolutamente ninguna verdad como definitiva. Algunos argumentan a favor del hombre que la fe en Dios está irritada, más preocupada de lo que parece por afirmar al hombre que por negar a Dios. Otros se presentan a Dios de tal manera que, al rechazarlo, rechazan a un Dios que no es en modo alguno el del Evangelio. Otros ni siquiera abordan el problema de Dios: parecen ajenos a todas las preocupaciones religiosas y no ven por qué deberían preocuparse más por la religión.
Además, el ateismo, a menudo surge de una protesta rebelde contra el mal en el mundo, por el hecho de que ciertos ideales humanos se atribuyen erróneamente a un carácter tan absoluto que uno llega a tomarlos por Dios. La propia civilización moderna, ciertamente no en su esencia misma, pero debido a que está demasiada involucrada en las realidades terrenales, a menudo puede dificultar el acercamiento a Dios ” (9) .
Este pasaje resume suficientemente, no sin pesar, la realidad del siglo XXI, la del mundo en que vivimos; un mundo cuyo contexto está fuertemente marcado por algunos por la preocupación del discurso religioso y la inutilidad misma de Dios, y por otros, si no por su incredulidad, simplemente por la inexistencia misma de este Dios. Por tanto, en un entorno así, ¿vale la pena abrazar y vivir la vocación y la vida monástica? Más aún, ante un rechazo visceral, incluso una afirmación de las ideologías de la inexistencia de un creador, y partiendo de la total libertad del hombre, ¿puede el discurso cisterciense llevar todavía una resonancia; expresión pentecostal de una renovación espiritual y cualitativa de lo moderno? ¿O estamos ahora en una espiral sin fin de las páginas oscuras de la fe cristiana en el viejo continente por un lado y por otro lado el viento del próximo cierre de los monasterios, resultado de una crisis civilizacional y vocacional?.
IV-LOS EVENTOS FUNDACIONALES
Más allá de este legítimo cuestionamiento que daría lugar a aprensiones ante este cuadro evidentemente sombrío que, cada vez más, va ganando terreno por múltiples motivos como los antes mencionados; la mirada de la fe nos lleva a una certeza, el de los hechos fundacionales que, a lo largo de los siglos, marcaron y transmitieron la fe. Es en esta capacidad que tres de ellos continúan hablándonos, porque constituyen puntos de reflexión esenciales en la historia de la salvación, por una parte, y por otra, en la supervivencia misma del junco.
De hecho, una lectura atenta y meditativa de todo el libro del Éxodo nos recuerda la cercanía eterna de Dios con su pueblo ante las dificultades existenciales casi extremas cuando más lo necesitan. Ésta es la salvación traída a los hebreos, entonces en Egipto – grande en número pero disminuido en libertad y poder – y cuyo evento fundacional como pueblo en el libro del Éxodo en el capítulo 20 testifica la fidelidad continua de Dios; sí, Dios nunca abandona a los suyos.
Además, es precisamente por esta fidelidad eterna de Dios que, en el Nuevo Testamento, tendrá también lugar el segundo hecho fundacional. En realidad, a pesar de las desgracias e infidelidades de Israel, Dios cumple la promesa hecha a los padres (Cf. Gn 17, 1-27; Is 7, 14; 9, 1-6; Así 3, 14-17; Lc 1, 5-25; Jn 1, 14-18; Lc 1, 26-28). Una promesa cuya fidelidad se manifiesta por la Encarnación del Hijo Eterno del Padre, culminando en el Misterio Pascual del Hijo que, con razón, constituye el acontecimiento central del Nuevo Testamento por una parte y partiendo de la fe cristiana por otra.
Por último, la propia historia de la fe de los padres fundadores de Císter, en particular Roberto y Alberico (uno por su firme iniciativa de fundar el “Nuevo Monasterio” y el otro por su determinación a pesar de la escasez de vocaciones y el envejecimiento de su comunidad), nos tranquilizan y siguen siendo para nosotras fuertes motivos de fe y esperanza en el futuro. De hecho, es precisamente, porque creían en El que, en los años siguientes, algunos novicios(10) se unieron al grupo por un lado y por otro, diez años después, el joven caballero Bernardo de Fontaine acompañado de una treintena de compañeros hizo su entrada en el monasterio cuyos destinos cambió notablemente. Pues, con la llegada de Bernardo, la abadía conoce una mejora. Los postulantes llegan, los números aumentan y empujan a Esteban Harding a fundar abadías-hijas (11).
Por tanto, de lo que antecede, surge la fe y la esperanza como señales de confianza en este Dios que siempre ayudó y cuidó de su pueblo; nunca El olvidará y nunca El abandonará. El trabajo de sus manos y la vida del “junco-cister” continuará para escribir, iluminar y apoyar al hombre de todas las edades más allá de los vientos contrarios del anticristo. Sí, la familia cisterciense NUNCA se extinguirá. Al contrario, su misión evangelizadora y salvadora, sostenida por la Fuerza del Espíritu Santo, seguirá tocando corazones vocacionales y seculares. Sí, Dios SIEMPRE está obrando y las fuerzas del mal no pueden detenerlo, mucho menos apagar su llama cisterciense que, como una antorcha, brilla en el corazón de las tinieblas del mundo. Porque, más allá de la presión exterior de los vientos contrarios, la curvatura de los juncos nunca significará su ruptura. Y no lo es en absoluto, llevado por esta íntima convicción de que el retorno a los hechos fundacionales y más aún la exégesis del término PROVIDENCIAL de juncos, que constituye la raíz original del nombre de nuestra familia religiosa, sigue siendo profético.
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1 Nb: Roberto de Molesme fue abad fundador de la abadía de Notre-Dame de Molesmes desde 1075.
2 El objetivo de esta Carta Caritatis es nada menos que la aprobación oficial de la Orden Cisterciense y una solemne exhortación papal sobre la necesidad de la aplicación de la Reforma Gregoriana en Occidente; también la importancia de la estricta observancia de La Regla de San Benito, convirtiendo a Císter como abadía madre fundadora de numerosos monasterios.
3 Es importante destacar que la toponimia original del cisterciense es multivocal. Su etimología revela un triple sentido, a saber, primer Cister que, alrededor de la década de 1120, reemplazó el nombre “Nuevo Monasterio” (leer sobre este tema las obras de Lebeu). El segundo significado, según Petit Exorde, III, 5, hace referencia a los juncos y por tanto da un carácter pantanoso al lugar donde los hermanos hicieron un saneamiento para despejar un espacio dentro de la espesura de la maleza de espinas. Es allí donde construyeron el monasterio. Tercero, el mismo Petit Exorde , ve también en esta expresión, la idea de Cister como juncos. De ahí nuestro uso figurado de dicho término.
4 Gaudium et Spes, nn 1.4.
5 J. Daniélou, Dieu et nous, Paris, Éd. Bernard Grasset, 1956, p. 14
6 Gaudium et Spes, nº7.
9 Ibidem, nº 19 .
10 M. PACAUT, Los monjes blancos pp. 51-53.
11 Nb: Leer sobre este tema las obras de G. DUBY, San Bernardo, l´Art cistercien, Flammarion, 1971.
Sor Sagrario Ortiz
Monasterio Cisterciense de Santo Domingo de la Calzada